Al autor de cuentos hispano- cubano Alfonso Hernández Catá, se le puede añadir también el autor cubano Eduardo Zamacois en su tratamiento magistral de los tipos humanos al borde del límite existencial, de vidas pobres y miserables...en este caso la del montero pereñalo "COSME PACHECO" preso en la cárcel de Chinchilla más de 30 años, por un crimen que no cometió.
En 1929, Eduardo Zamacois publica su magistral novela: "Los vivos muertos", una de las obras de literatura modernista que mejor ha descrito las miserables vidas de los presos.
Aquí dejo un extracto:
"Don Víctor Leanís les salió al encuentro:
-¿Cuál de vosotros es Cosme Pacheco?
-Soy yo..., para servir á usted...
De los dos había contestado el más viejo. Era un campesino pequeño y abierto de espaldas. En su rostro de líneas honradas y toscas, cubierto de una desesperación muda é impresionante, los labios, al hablar, apenas se movieron.
-¿Tú eres de Pereña, provincia de Salamanca?
-Sí, señor...
-El alcalde de tu pueblo, don Leopoldo salas, me escribió hace tres días, recomendándote.
-Sí, señor...
-Me habla muy bien de ti.
-Dios se lo pague, aunque no hace más de lo que debe.
-¿No se lo agradeces?
-No le agradezco el elogio; sí le agradezco que haya dicho la verdad.
El entorno caballeresco de quien con tan seguras y concisas palabras respondió interesó á don Víctor, y más aún la amargura de aquella boca que parecía obstinarse en permanecer hermética. Quiso bucear en aquel hombre de traza velazqueña; conocer su historia y, más aún, el relámpago homicida que , en un minuto infausto, abrasó aquel cerebro.
-¿Tú por qué has venido aquí?
El interpelado calló. Sus ojos de obsidiana, redondos, minúsculos, miraban al suelo. Domingo Martínez, el otro recluso, tenía los suyos medio cerrados.
-¿No puedes decirme por qué te trajeron?- insistió don Víctor.
-Sí que puedo...Ya ve usted: ¿qué va a hacer uno sino obedecer?...Pero...me cuesta trabajo, créame..., porque mi pena es muy grande...,¡muy grande!una de esas penas capaces de tirar al suelo á un hombre..., y no quisiera, delante de usted, echarme á llorar.
Al par del cuerpo los labios empezaron á temblarle, y los azabaches de sus ojos se humedecieron. Crujiéronle los dientes, con que parecía masticar, destrizar su desgracia.
Díjole don Víctor algunas frases de aliento, y él, tras una pausa, continuó:
-Yo estoy aquí por bueno..., aunque parezca mentira.
Cortésmente, Leanís hizo un gesto negativo, y le preguntó si era casado, por ser el recuerdo de la familia lo que más ciertamente enternece á los presidiarios y les obliga á la confesión.
-Sí señor; soy casado y tengo tres hijos: uno de veinte años, al servicio del Rey; una mocita de diez y ocho, que vive con su madre, en Pereña, y un chico de doce...
La imagen del benjamín le apagó la voz y le arrancó dos lágrimas, que casi instantáneamente se evaporaron sobre la lividez quemante de las mejillas.
-Yo en mi pueblo- prosiguió- vivía con trabajo, pero vivía: poseía una tienda de vinos y unos pegujales, y con esto y tres carros, porque además de tabernero, y de labrador era cosario, iba sacando á mi gente adelante. Mi hacienda, como usted ve, no era mucha; pero los pobres, con tener salud, se nos figura que todo lo tenemos. Saber que mi hijo, el mayor, estaba bueno; casar á mi niña cuando Dios fuera servido de darla un buen esposo, y hacer del chiquitín un hombre honrado...¡No pedía otra cosa!
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Mirador del Castillo de Pereña de la Ribera nevado. Uno de los mejores Miradores sobre el padre Duero
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