Animada por aquella nueva,
la pobre muchacha se encaminó decididamente á la casa de Liborio, cuya puerta
estaba todavía abierta de par en par.
En el dintel veíanse
sentadas dos muchachas del lugar que, recogida ya la rueca, departian
alegremente acerca de cuál era el mejor mozo entre los carabineros que estaban
de destacamento en la
Fregeneda, dirigiendo de vez en cuando la palabra á la tia
María, que desde la muerte de su nuera se pasaba los dias y las noches hundida
allá en el fondo de la cocina.
Rosalba se colocó á uno de
los lados de la puerta, demandando una limosna con voz acompasada y temblorosa.
-
“¡ Abuela ! gritó una de las mozuelas,
asomando hácia dentro la cabeza; salga vuesa merced, que aquí hay una moza que
pide una limosna.
La tia María se asomó
entonces á la puerta, examinando á la mendiga con la curiosidad de todas las
viejas de lugar.
Rosalba se acercó á la güelica, dejando descubierto su hermoso
semblante y repitiendo su demanda con voz entrecortada y apenas perceptible.
- ¡Hija de mi alma! Dijo María, contemplándola con la mayor admiracion:
“¿es posible que tan jóven y tan galana
vengas por estos campos de Dios pidiendo una limosna como una pobretona de á
tres al cuarto?
- “Señora, respondió Rosalba con una voz, cuya dulzura cautivaba las
voluntades mas egoistas: no es una
limosna la que necesito ahora, porque no tengo hambre ya, es un abrigo donde
pasar la noche.”
-“¡ Pobre muchacha ! “ esclamó la
güelica con el acento de la mas sencilla compasion: “luego no conoces aquí á nadie? “
- “A nadie señora; soy huérfana y sola, y vengo buscando un amo que me liberte de los feroces tratamientos
de mi madrastra.”
- ¡ Madrastra ¡ replicó María enfurecida á la sola idea de que sus
inocentes nietecitas se viesen algun dia maltratadas por otra mujer. “ ¡Tienes madrastra! Pues no me digas ya
mas, hija de mi alma, y éntrate aquí al amor de la limbre; que solo en pensar
que mis pobres criaturas se han quedado sin madre al venir al
mundo, y que yo voy cumpliendo ya los sesenta, parece que me
tiemblan las carnes.”
Y María la güelica que, como habia dicho la
cirujana, era una santa mujer, cediendo á los impulsos de su generoso corazon,
ofreció desde luego á Rosalba la mas generosa hospitalidad, creyendo de buena
fe que la cara es el espejo del alma, y aquella mujer era demasiado hermosa para ser capaz de
engañarla en lo mas mínimo.
Y en verdad que no se equivocaba mucho en
sus cálculos, pues cediendo á la confianza que le inspiraba la bondadosa
anciana, que en pocos momentos la habia enterado de todos los pormenores y
circustancias de la casa, Rosalba le refirió á su vez todos los accidentes de
su vida, ocultándola únicamente el nombre de Liborio y acusando á su madrastra
de ser la única causa de su salida de la casa paterna.
Pero Rosalba no sentía sin embargo al hacer
aquella acusacion escrúpulo alguno de conciencia, pues la misma cirujana, que
era de los que profesan el axioma de dame pan y llámame tonto, la había
autorizado para que si la convenia, le
quitase el pellejo.
La casa de la tia María la güelica, sin ser buena ni medio buena
siquiera, era sin embargo bastante capaz para una familia numerosa y por lo
mismo sobradamente grande para la que la habitaba entonces.
Despues de un portal
grande, limpio y bastante destartalado que hacia ordinariamente de pieza
de labor, y en el que se veian colocados simétricamente algunos
taburetes de blanco pino, estaba la cocina, grande tambien, guarnecida de
largos vasales cubiertos de reluciente vajilla de loza portuguesa, y desde la
que se salía al corral, donde anidaban con una paz octaviana toda especie de
aves, unos cuantos conejos y una cabra.
En la cocina habia un
cuarto oscuro y tenebroso donde dormia la moza, que era ni mas ni menos que la
mizuela que hacia el panegírico de los carabineros de la Fregeneda.
A los lados del hogar
estendíanse los tradicionales escaños y algunos banquillos sin respaldo de los
que usan comunmente las hilanderas.
Dos puertas habia en el
portal, ambas á la derecha: la primera era la de la sala baja con reja á la
calle, y en cuya alcoba dormia la güelica
con sus dos nietecillas.
La segunda era la de la escalera, que subia al piso
principal, escalera estrecha, oscura y empinada, que se abria en una salita con
ventana, á la seguia un gran número de habitaciones interiores que habian
estado siempre deshabitadas. En la alcoba de la salita, que era la que habian
ocupado siempre los esposos, se veía una cama de pino, una mesita de la misma
madera, sobre la que se alzaba triste y
solitaria una Dolorosa de yeso y
algunos cofres que constituian la dote de María-la-blanca,
y que hacian al mismo tiempo el oficio de asientos.
Desde la muerte de María-la-blanca, la güelica, que amaba á su nuera como á su nuera como á las niñas de
sus ojos, no habia vuelto á subir la escalera, ni á asomarse á la reja ni
apenas á la puerta de la calle, pasándose, como hemos dicho, los dias enteros
en el escaño de la cocina, á donde trasladaba por la mañana la cuna para cuidar
mejor de los dos ángeles que Dios habia colocado bajo su amparo.
A pesar de ser aquel pais
eminante agrícola, nada revelaba en aquella casa al labrador que vive del
producto de los campos. Liborio, dedicado ciegamente al peligroso tráfico del contrabando, habia vendido
por completo todos los aperos de labranza.
Al ver la tosca y pobre
cuna donde dormían las dos hermosas niñas, Rosalba tendió instintivamente los
brazos hácia ellas, dejando correr por sus mejillas una hermosa lágrima de
compasion.
María la güelica vió aquella lágrima, y tendió á
su vez los brazos hacia Rosalba.
-
¡Hija! Esclamó con todo el
entusiasmo de un corazon inocente y apasionado; no sé por qué me parece que acabo de encontrar en ti á la santa que nos
ha dejado por otro mundo mejor…¡ no te irás, no!... Tú tienes el corazon tan
hermoso
-
Como tu rostro, y puesto que buscas una
casa donde servir, aquí te quedarás conmigo para alegrar mi tristeza: que mi
Liborio al cabo y á la postre es una cabeza un poco ligera, pero que nunca se
ha mezclado para nada en los asuntos de la casa.
Rosalba por toda respuesta inclinó la
cabeza sobre la cuna, y empezó á llorar amargamente.
Los pronósticos de la cirujana se cumplían
de una manera fabulosa, y sin embargo la pobre jóven temblaba como una tercianaria:
¿era ella en realidad merecedora del cariño que desde luego le habia
manifestado aquella escelente mujer? ¿era un bien ó un mal el que se le presentase
tan propicia la suerte? La infeliz no sabia en aquel momento lo que temia ni lo
que deseaba; pero su corazon se oprimia de una manera horrible, como si
presintiese que veria un dia cortadas en flor todas sus risueñas y quiméricas
esperanzas.
María hizo dormir á su lado á Rosalba en un
jergon, prodigándola los mas tiernos y cariñosos cuidados; pero la pobre
aventurera no pudo cerrar los ojos en toda la noche, exhalando de vez en cuando
un tembloroso y ligero grito.
Parecíale que la sombra de María-la-blanca se proyectaba impasible
sobre la cuna de sus hijas, fijando sobre ella sus grandes y amenazadoras
pupilas.
Pero la costumbre es para el hombre una segunda
naturaleza, y Rosalba mimada y acariciada por la tia María, que veia
el sol por sus espaldas, se acostumbró á vestir las niñas y á subir y
bajar la escalerilla del piso principal, sin que sus nervios se resintiesen,
durmiendo tranquilamente sin que turbasen su sueño visiones ni pesadillas.
Rosalba desplegaba tal habilidad para el
gobierno, que no solo la güelica sino
todas las vecinas confesaban á una voz que la casa habia ganado un ciento por
ciento, y que Liborio, informado ya por las cartas que le dirigia cada quince
dias el Señor
maestro por órden de su madre, no podría menos de levantarle á su vuelta un altar en la cocina y otro en la sala.
Dos meses hacia ya que
Rosalba vivia tranquilamente al lado de María, y uno y medio que la cirujana
habia dado su blanca mano al fiel de fechos,
cuando una tarde se agolparon repentinamente á la puerta de la casa todos los
muchachos del lugar, gritando con mayor algazara:
- ¡ Que viene ¡ ¡que viene ¡
-¿ Quién? Preguntó Rosalba mudando de color.
- ¿Quién ha de ser? Preguntó la
güelica, levantando los brazos hácia Rosalba y llorando de alegría: ¡ mi hijo ¡ ¡mi hijo ¡
Y la pobre mujer salió
corriendo á recibir á su hijo, que en aquel momento traspasaba ya los umbrales,
recibiéndola cariñosamente en sus robustos brazos.
El tráfico, que habia secado
en el corazon de aquel hombre hasta los sentimientos mas delicados, habia sin
embargo respetado uno que existia vivo y palpitante como en los mas hermosos
días de la infancia: el amor filial.
Al ver á
Liborio con su gracioso traje de contrabandista y cien veces mas gallardo que
en la época de su desgraciado amor, Rosalba no pudo contener un ligero grito,
haciendo al mismo tiempo un rápido movimiento para huir.
Liborio, que aun no habia
fijado en ella los ojos, palideció como si se hubiese encontrado frente á
frente con un fantasma.
- ¿No es verdad que es una alhaja la chica, esclamó María, reteniendo
por el brazo á Rosalba y presentándosela á su hijo; pero ¡ ya se vé ¡ ¡ si es una criatura que tiene miedo á las
palomas!...Y luego tú, que vienes así con esas barbas y ese trabuco y…vamos, vamos, hija, añadió,
golpeándola cariñosamente en el hombro; á cenar, y no te aflijas por nada, que
aunque así de buenas á primeras, como quien ve visiones, mañana será otro dia,
y verás como mi Liborio no será capaz de darte un sentimiento por el oro del moro.
Y María la güelica arrastró á su hijo hasta la
cuna, donde dormian las niñas, cubriéndolas de besos y refiriéndole aunque en
pocas palabras la dolorosa historia de María la Blanca.
Liborio cada vez mas
sombrío estampó un beso sobre cada una de las dos, cenó silenciosamente, y se
retiró á su cuarto, fijando de una manera estraña sus negros y atrevidos ojos
sobre Rosalba, que pálida y temblorosa no acertaba tampoco á pronunciar una
palabra.
María la güelica creyó de buena fe que la
preocupacion de Liborio provenía sencillamente del recuerdo de su mujer, y se
durmió soñando con que despues que se le pasase aquella idea, su hijo
concluiria por querer á Rosalba casi tanto como ella y levantarla, como decian las comadres, un altar en la sala y otro en la cocina.
En la misma frontera, pero ya "civilizada", salto de Aldeadávila, años de 1960.