Cine en las Arribes del Duero

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Doctor Zhivago, La Cabina, Del Pirineo al Duero...

Mapa de La Ribera del Duero en 1641, durante la invasión portuguesa

Cascada del Remolino. ARRIBES DEL DUERO

sábado, 16 de mayo de 2015

La VENGANZA- parte III. Un cuento sobre contrabandistas

Matilde Cherner y Hernández, escritora pionera, feminista y republicana. Trató temas prohibidos en su época como la liberación de la mujer, y la prostitución.


III
“Y cada vez mas punzante
Y cada vez mas nutrido,
Este fuego derretido
Que hace sus sienes latir;
Volcánico torbellino
En su cerebro fomenta
Preludio de la tormenta
Que ya comienza á rugir” (J. Cuesta)

Al despertarse de su profundo sueño, la cirujana vió al lado de su cama á Rosalba, que pálida y temblorosa aguardaba con ansiedad á que la Sibila le comunicase todas las circunstancias de su sino.
La cirujana se incorporó en su lecho, movió tres ó cuatro veces la cabeza con ademan solemne, y fijó sobre su hija una mirada fascinadora.
El aspecto de aquella mujer era en verdad capaz de estraviar imaginaciones menos impresionables que la de Rosalba.
Su camisa holgada y blanca como la nieve (como que la cirujana era la que tenia fama en el pueblo de lavar mejor sus trapitos), dejaba descubierto su cuello formado por gruesos nervios cubiertos de una piel rugosa y sus brazos secos y descarnados como los de la misma muerte.
Sus manos eran blancas, delgadas y coronadas por uñas negras y encorvadas como las de los murciélagos, y su rostro pálido y apergaminado, sus sienes hundidas y sus ojos de un color indefinible, que brillaban en el fondo de sus órbitas con un fulgor siniestro, le daban todo el aspecto de una de esas megueras que vemos tan hábilmente bosquejadas en los cuentos fantásticos engendrados por las nieblas del Rhin y del Escalda.
-         “¡Hija mia ¡ le dijo, apartando con ambas manos sus cabellos grises y erizados, como si quisiese apartar las nieblas que la separaban del mundo de los espíritus: ¡dichosa la hora en que mis labios te aconsejaron olvidarte de la venganza, que es hija del demonio, para tornar al cariño, y á la vida del perdon, que es la única buena del Señor!.
“Pues Rosalba, yo vide una rosa encendida que se alzaba en el huerto de Liborio, derecha como un pino y vanidosa como un laurel que se alza enmedio de los sembrados para librarlos del rayo y de la centella; y vide dos palomicas blancas, blancas como los campos de la nieve, que revolaban ende la rosa, y un pájaro muy galan que cobijaba con sus alas á la rosa y á las palomicas, y las campanas del lugar que tocaban á boda, y que decian con sus lengüecillas de metal:

“Las aves, fuentes y flores
La dan dulce parabien,
¡Corred! ¡Corred!
Aves, estrellas, hablad,
¡Volad! ¡Volad!
Astros y plantas, venid,
¡Decid! ¡Decid!
¡Rosa! ¡Rosa!
¡Galana y hermosa! “



ADELA: Tamborilero de la Ribera (ALDEADÁVILA) en 1968
Rosalba bajó los ojos ruborizada.
En seguida los levantó de nuevo, fijándolos en su madrastra con una especie de miedo.
La vieja la contemplaba impasible y silenciosa como una momia, y su frente amarilla y cubierta de profundas arrugas paraecia inspirada por un reflejo sobrenatural.
¡Hija mia! Añadió, cruzando las manos sobre el pecho á la manera oriental: todo lo sabes ya, voy ahora mismo á oir una misa á la parroquia para que Dios me ilumine acerca del camino que hemos de seguir para que se logre lo que deseamos; pero no puedes venir conmigo á la iglesia, porque para que todo se haga como está escrito, es preciso que en tanto que yo rezo la estacion en cruz al divino Señor, enciendas una candelilla á la gloriosa Santa Elena, y le pidas de veras que así como ella encontró la cruz que estaba oculta en las entrañas de la tierra, encontremos nosotros lo que buscamos.
Y la cirujana se vistió su basquiña negra y su jubon de anascote con la ligereza de una jóven de veinte años, se arregló en un santiamen sus escasos cabellos, y sin atender á las cariñosas exhortaciones de Rosalba, se marchó en ayunas para que, segun decia, fuesen meritorias las oraciones.
Rosalba, trémula y preocupada con la revelacion que en su credulidad tomaba por un oráculo divino, encendió la candelilla, y se arrodilló ante una robusta y pintarrajeada imágen de Santa Elena, que la cirujana habia devotamente pegado á la pared con cuatro pedacitos de pan mascado, rogándola de todo corazon que la iluminase en aquella inesperada y peligrosa tentacion.
La cirujana en tanto almorzaba en el estanco con el fiel de fechos, al que encargó muy particularmente que no dejase de pasarse por su choza á boca de noche, acompañado de dos ó tres amigos de su confianza.

Al volver á su casa un tanto iluminada por el sabroso jugo de las cepas del pais, se encerró en su cuarto para pedir por última vez consejo á los familiares, encargando á Rosalba que redoblase sus oraciones, porque se acercaba la hora.
Un cuarto de hora despues llamó cariñosamente á su hija, con la que permaneció mas de una hora en misteriosa conferencia, revelándole al traves de mil preámbulos y artificiosas alumbraciones los medios que habia de emplear para reconquistar la silla que María-la-blanca habia dejado vacante.
Rosalba consintió en todo, repitiéndose una por una cuantas palabras le dictaba la vieja: pero su pensamiento se extraviaba, y sus manos parecian agitadas por una especie de vértigo.
A boca de noche Rosalba otorgó en favor de la cirujana una donacion completa de todos sus bienes, estendida por el escribano y autorizada por el fiel de fechos y sus dos amigos de confianza.
La cirujana por su parte se comprometia á mantener á la muchacha todo el tiempo que permaneciese moza[1] y habitando bajo el honrado techo de su madrastra.
A la mañana siguiente Rosalba montó al amanecer en la yegua, y se encaminó á la Fregeneda, acompañada del mísmisimo fiel de fechos, que se habia ofrecido gratuitamente á servirla de espolista.
A pesar de encontrarse completamente equipada, la muchacha iba vestida con un pobre traje de indiana desteñido y apiezadoya por todas partes, llevando únicamente en un saquito de lienzo una muda de ropa blanca.
Sus hermosos cabellos descuidadamente peinados asomaban en desórden bajo su pañuelo de algodon oscuro, trazando desiguales y caprichosas ondas sobre su frente morena, pálida y ardiente como la de los árabes del desierto.
Al llegar á la Fregeneda Rosalba entregó al fiel de fechos la yegua, con la que se volvió al pueblo el caballero, y emprendió sola y á pie el camino del pueblo de Liborio, que distaba solo dos ó tres horas de la Fregeneda, y al que llegó la pobre jóven antes que cerrase la noche.
La posadera, que era la misma que en otro tiempo le habia noticiado la boda, le refirió entonces que el contrabandista no tenia pizca de ley á la casa, y que á pesar de habérsele noticiado la muerte de su mujer, no habia vuelto aun de su espedicion á portugal, quedándose las dos niñas al cuidado de su anciana madre, conocida en todos aquellos contornos por la tia María la güelica.[2]
Rosalba respiró: la cirujana le habia repetido una y cien veces que los familiares habian visto á Liborio en Portugal, y que podria ganarse muy fácilmente la voluntad de la tia María la güelica, que era una santa mujer.


Animada por aquella nueva, la pobre muchacha se encaminó decididamente á la casa de Liborio, cuya puerta estaba todavía abierta de par en par.
En el dintel veíanse sentadas dos muchachas del lugar que, recogida ya la rueca, departian alegremente acerca de cuál era el mejor mozo entre los carabineros que estaban de destacamento en la Fregeneda, dirigiendo de vez en cuando la palabra á la tia María, que desde la muerte de su nuera se pasaba los dias y las noches hundida allá en el fondo de la cocina.
Rosalba se colocó á uno de los lados de la puerta, demandando una limosna con voz acompasada y temblorosa.
-         “¡ Abuela ! gritó una de las mozuelas, asomando hácia dentro la cabeza; salga vuesa merced, que aquí hay una moza que pide una limosna.
La tia María se asomó entonces á la puerta, examinando á la mendiga con la curiosidad de todas las viejas de lugar.
Rosalba se acercó á la güelica, dejando descubierto su hermoso semblante y repitiendo su demanda con voz entrecortada y apenas perceptible.
- ¡Hija de mi alma! Dijo María, contemplándola con la mayor admiracion: “¿es posible que tan jóven y tan galana vengas por estos campos de Dios pidiendo una limosna como una pobretona de á tres al cuarto?
- “Señora, respondió Rosalba con una voz, cuya dulzura cautivaba las voluntades mas egoistas: no es una limosna la que necesito ahora, porque no tengo hambre ya, es un abrigo donde pasar la noche.”
-“¡ Pobre muchacha ! “ esclamó la güelica con el acento de la mas sencilla compasion: “luego no conoces aquí á nadie? “
- “A nadie señora; soy huérfana y sola, y vengo buscando un amo que me liberte de los feroces tratamientos de mi madrastra.”
- ¡ Madrastra ¡ replicó María enfurecida á la sola idea de que sus inocentes nietecitas se viesen algun dia maltratadas por otra mujer. “ ¡Tienes madrastra! Pues no me digas ya mas, hija de mi alma, y éntrate aquí al amor de la limbre; que solo en pensar que mis pobres criaturas se han quedado sin madre al venir al
mundo, y que yo voy cumpliendo ya los sesenta, parece que me tiemblan las carnes.”
Y María la güelica que, como habia dicho la cirujana, era una santa mujer, cediendo á los impulsos de su generoso corazon, ofreció desde luego á Rosalba la mas generosa hospitalidad, creyendo de buena fe que la cara es el espejo del alma, y aquella mujer era demasiado hermosa para ser capaz de engañarla en lo mas mínimo.
Y en verdad que no se equivocaba mucho en sus cálculos, pues cediendo á la confianza que le inspiraba la bondadosa anciana, que en pocos momentos la habia enterado de todos los pormenores y circustancias de la casa, Rosalba le refirió á su vez todos los accidentes de su vida, ocultándola únicamente el nombre de Liborio y acusando á su madrastra de ser la única causa de su salida de la casa paterna.
Pero Rosalba no sentía sin embargo al hacer aquella acusacion escrúpulo alguno de conciencia, pues la misma cirujana, que era de los que profesan el axioma de dame pan y llámame tonto, la había autorizado para que si la convenia, le quitase el pellejo.
La casa de la tia María la güelica, sin ser buena ni medio buena siquiera, era sin embargo bastante capaz para una familia numerosa y por lo mismo sobradamente grande para la que la habitaba entonces.
Despues de un portal grande, limpio y bastante destartalado que hacia ordinariamente de pieza de labor, y en el que se veian colocados simétricamente algunos taburetes de blanco pino, estaba la cocina, grande tambien, guarnecida de largos vasales cubiertos de reluciente vajilla de loza portuguesa, y desde la que se salía al corral, donde anidaban con una paz octaviana toda especie de aves, unos cuantos conejos y una cabra.
En la cocina habia un cuarto oscuro y tenebroso donde dormia la moza, que era ni mas ni menos que la mizuela que hacia el panegírico de los carabineros de la Fregeneda.
A los lados del hogar estendíanse los tradicionales escaños y algunos banquillos sin respaldo de los que usan comunmente las hilanderas.
Dos puertas habia en el portal, ambas á la derecha: la primera era la de la sala baja con reja á la calle, y en cuya alcoba dormia la güelica con sus dos nietecillas.
La segunda era la de la escalera, que subia al piso principal, escalera estrecha, oscura y empinada, que se abria en una salita con ventana, á la seguia un gran número de habitaciones interiores que habian estado siempre deshabitadas. En la alcoba de la salita, que era la que habian ocupado siempre los esposos, se veía una cama de pino, una mesita de la misma madera, sobre la que  se alzaba triste y solitaria una Dolorosa de yeso y algunos cofres que constituian la dote de María-la-blanca, y que hacian al mismo tiempo el oficio de asientos.
Desde la muerte de María-la-blanca, la güelica, que amaba á su nuera como á su nuera como á las niñas de sus ojos, no habia vuelto á subir la escalera, ni á asomarse á la reja ni apenas á la puerta de la calle, pasándose, como hemos dicho, los dias enteros en el escaño de la cocina, á donde trasladaba por la mañana la cuna para cuidar mejor de los dos ángeles que Dios habia colocado bajo su amparo.
A pesar de ser aquel pais eminante agrícola, nada revelaba en aquella casa al labrador que vive del producto de los campos. Liborio, dedicado ciegamente al peligroso tráfico del contrabando, habia vendido por completo todos los aperos de labranza.
Al ver la tosca y pobre cuna donde dormían las dos hermosas niñas, Rosalba tendió instintivamente los brazos hácia ellas, dejando correr por sus mejillas una hermosa lágrima de compasion.
María la güelica vió aquella lágrima, y tendió á su vez los brazos hacia Rosalba.
-         ¡Hija! Esclamó con todo el entusiasmo de un corazon inocente y apasionado; no sé por qué me parece que acabo de encontrar en ti á la santa que nos ha dejado por otro mundo mejor…¡ no te irás, no!... Tú tienes el corazon tan hermoso
-         Como tu rostro, y puesto que buscas una casa donde servir, aquí te quedarás conmigo para alegrar mi tristeza: que mi Liborio al cabo y á la postre es una cabeza un poco ligera, pero que nunca se ha mezclado para nada en los asuntos de la casa.
Rosalba por toda respuesta inclinó la cabeza sobre la cuna, y empezó á llorar amargamente.
Los pronósticos de la cirujana se cumplían de una manera fabulosa, y sin embargo la pobre jóven temblaba como una tercianaria: ¿era ella en realidad merecedora del cariño que desde luego le habia manifestado aquella escelente mujer? ¿era un bien ó un mal el que se le presentase tan propicia la suerte? La infeliz no sabia en aquel momento lo que temia ni lo que deseaba; pero su corazon se oprimia de una manera horrible, como si presintiese que veria un dia cortadas en flor todas sus risueñas y quiméricas esperanzas.
María hizo dormir á su lado á Rosalba en un jergon, prodigándola los mas tiernos y cariñosos cuidados; pero la pobre aventurera no pudo cerrar los ojos en toda la noche, exhalando de vez en cuando un tembloroso y ligero grito.
Parecíale que la sombra de María-la-blanca se proyectaba impasible sobre la cuna de sus hijas, fijando sobre ella sus grandes y amenazadoras pupilas.
Pero la costumbre es para el hombre una segunda naturaleza, y Rosalba mimada y acariciada por la tia María, que veia el sol por sus espaldas, se acostumbró á vestir las niñas y á subir y bajar la escalerilla del piso principal, sin que sus nervios se resintiesen, durmiendo tranquilamente sin que turbasen su sueño visiones ni pesadillas.
Rosalba desplegaba tal habilidad para el gobierno, que no solo la güelica sino todas las vecinas confesaban á una voz que la casa habia ganado un ciento por ciento, y que Liborio, informado ya por las cartas que le dirigia cada quince dias el Señor maestro por órden de su madre, no podría menos de levantarle á su vuelta un altar en la cocina y otro en la sala.
Dos meses hacia ya que Rosalba vivia tranquilamente al lado de María, y uno y medio que la cirujana habia dado su blanca mano al fiel de fechos, cuando una tarde se agolparon repentinamente á la puerta de la casa todos los muchachos del lugar, gritando con mayor algazara:
- ¡ Que viene ¡ ¡que viene ¡
-¿ Quién? Preguntó Rosalba mudando de color.
- ¿Quién ha de ser? Preguntó la güelica, levantando los brazos hácia Rosalba y llorando de alegría: ¡ mi hijo ¡ ¡mi hijo ¡
Y la pobre mujer salió corriendo á recibir á su hijo, que en aquel momento traspasaba ya los umbrales, recibiéndola cariñosamente en sus robustos brazos.
El tráfico, que habia secado en el corazon de aquel hombre hasta los sentimientos mas delicados, habia sin embargo respetado uno que existia vivo y palpitante como en los mas hermosos días de la infancia: el amor filial.
Al ver á Liborio con su gracioso traje de contrabandista y cien veces mas gallardo que en la época de su desgraciado amor, Rosalba no pudo contener un ligero grito, haciendo al mismo tiempo un rápido movimiento para huir.
Liborio, que aun no habia fijado en ella los ojos, palideció como si se hubiese encontrado frente á frente con un fantasma.
- ¿No es verdad que es una alhaja la chica, esclamó María, reteniendo por el brazo á Rosalba y presentándosela á su hijo; pero ¡ ya se vé ¡ ¡ si es una criatura que tiene miedo á las palomas!...Y luego tú, que vienes así con esas barbas y ese trabuco y…vamos, vamos, hija, añadió, golpeándola cariñosamente en el hombro; á cenar, y no te aflijas por nada, que aunque así de buenas á primeras, como quien ve visiones, mañana será otro dia, y verás como mi Liborio no será capaz de darte un sentimiento por el oro del moro.
Y María la güelica arrastró á su hijo hasta la cuna, donde dormian las niñas, cubriéndolas de besos y refiriéndole aunque en pocas palabras la dolorosa historia de María la Blanca.[1]
Liborio cada vez mas sombrío estampó un beso sobre cada una de las dos, cenó silenciosamente, y se retiró á su cuarto, fijando de una manera estraña sus negros y atrevidos ojos sobre Rosalba, que pálida y temblorosa no acertaba tampoco á pronunciar una palabra.
María la güelica creyó de buena fe que la preocupacion de Liborio provenía sencillamente del recuerdo de su mujer, y se durmió soñando con que despues que se le pasase aquella idea, su hijo concluiria por querer á Rosalba casi tanto como ella y levantarla, como decian las comadres, un altar en la sala y otro en la cocina.
En la misma frontera, pero ya "civilizada", salto de Aldeadávila, años de 1960.



[1] El personaje de “María la Blanca, tiene para Robustiana Armiño y Matilde Cherner un papel muy secundario en la trama del cuento, sólo así se explica que Liborio, su esposo no supiera nada del fallecimiento de su mujer.


[1] Nota de la autora: Moza: en los pueblos, sinónimo de soltera”.
[2] Nota de la autora: “Güelica, diminutivo de abuela”.

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