Cine en las Arribes del Duero

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Mapa de La Ribera del Duero en 1641, durante la invasión portuguesa

Cascada del Remolino. ARRIBES DEL DUERO

martes, 28 de febrero de 2012

Por la Frontera del DUERO: LA RUTA DE LOS PUENTES

Parece que no pasa el tiempo por esta singular tierra de Las Arribes. Diez años después, esta publicación "Por la Frontera del Duero" continúa teniendo plena vigencia.
Gracias a nuestros amigos de La Peña "El Lagarto" de La Zarza de Pumareda:


La ruta de los Puentes

De La Fregeneda a Barca d’Alba

Por fin hemos elegido la fecha: el siete de octubre haremos el descenso por “la ruta de los Puentes” desde La Fregeneda hasta Portugal. La pequeña expedición de cuatro personas hemos soportado, durante las semanas previas, las particulares leyendas y consejos de numerosos amigos. En principio, según ellos, se trata de una ruta 2peligrosa y salvaje” que pondrá a prueba los nervios de todos nosotros. Nos han hablado de interminables túneles capaces de sembrar escalofríos en el excursionista más avezado, y montañas de excrementos de murciélago que, a miles, sobrevolarán nuestras cabezas en las oscuridades de una línea de ferrocarril abandonada hace once años, el 1 de enero de 1985.







Sin embargo, a pesar de tanto fantasma siniestro, todos coinciden en lo mismo: la ruta merece correr cualquier pequeño riesgo.


Las bolsas de cristal de nuestros consejeros-amigos señalan que, a la izquierda de nuestra ruta, en un profundo desnivel, el río Águeda dibujará una hermosa frontera con Portugal, casi al alcance de nuestra mano. Al fondo, en el mismo sentido de la marcha, nos esperará un mundo paradisíaco de chumberas y almendros que nos recompensará sobradamente del calor y del esfuerzo. Y todo ello amenizado con puentes de vértigo y enormes barrancos que nos harán desembocar, sudados y hambrientos, después de atravesar el último túnel, en la claridad del Duero, nada más encontrarse con el Águeda, al filo de la mismísima frontera con Portugal.






Pero después de escuchar algún sinsentido y numerosas fanfarronadas, hemos convenido que no existe mejor manual de aventuras que áquel que uno mismo es capaz de vivir y practicar, por más simple que pueda parecer nuestra experiencia.


No buscamos batir récords ni, tampoco, experimentar las grandes sensaciones de los exploradores al modo de Miguel de la Quadra o Manu Leguineche. Nuestras pretensiones de gente de ciudad son mucho más modestas: disfrutar de una pequeña caminata, respirar un poco de aire limpio, sin prisas, la naturalidad de las cosas pequeñas que hemos ido perdiendo, durante la semana, entre las altaneras calles de Salamanca.


Con este propósito (o quizá con ninguno) dormimos mal la noche anterior; parecía que el supermercado entero iba a venir con nosotros: los bocadillos, el agua, el chocolate, los frutos secos apenas dejan hueco en las mochilas. Nadie diría que vamos a partir para unas pocas horas. Más bien damos la impresión de cuatro domingueros haciendo mudanza y trasladando al campo nuestras más estúpidas costumbres de ciudad.


Al final, creo que por vergüenza, hemos renunciado a llevarnos el transistor, la brújula y el cuchillo de monte.


A las seis y media de la madrugada, el bocinazo del Ford Fiesta nos avisó que había llegado la hora. Los cuatro, soñolientos, cargados de pertrechos innecesarios, partimos desde Salamanca.


El día anterior habíamos solicitado a un vecino de La Fregeneda, José Orfo, que nos trasladara hasta la Estación de Ferrocarril mientras nosotros dejábamos el vehículo en el que sería el punto final de nuestro viaje.


A nuestra llegada, nuestro hombre estaba imperturbable, profesional, junto al Muelle de vega Terrón, puntual como un viejo reloj de cuerda. Tomó nuevamente, esta vez cargado de excursionistas, la carretera de regreso hacia La Fregeneda y, tres kilómetros más arriba, al cruzar Pino Polvorín, se adentró en el camino hasta la estación.




La Estación


Eran las nueve y cuarto, La Estación, mitad en sombras, todavía adormilada con la primera claridad del día, despertaba con el susurro de algunos pájaros.






Cuatro pares de piernas fuimos bajando, a través de la vía, hasta la primera curva. Y, de inmediato, el primer túnel. Sospechamos por ver el final, que éste será uno de los de menor longitud. Pero nos equivocamos: 1.594 metros de túnel negro y oscuro, alumbrándonos con las linternas, cantando (aquellos que sabían cantar) mientras nos sobrecogíamos con el enorme esfuerzo de ingeniería que allí se había hecho para vencer la naturaleza y que, hoy, después de este abandono, parecía tan baldío e inútil. Algunos murciélagos –por supuesto, nunca miles- saludan a nuestro paso por aquella boca interminable.




A la salida, Angel y Susana se encuentran con la primera higuera, Pedro y yo, por ir más rezagados, nos la encontraremos después.


Otra vez al aire libre, con la sensación del día recuperada, descubrimos la labor de un pájaro carpintero sobre un poste de la luz. Encinas, escobas, zarzas y retamas van dándonos calor mientras, sin apenas poder levantar la vista por el terreno pedregoso, divisamos un profundo barranco a nuestra izquierda.


A los pocos minutos de marcha, Angel nos avisa del vuelo de un milano sobre nuestras cabezas: llevamos casi una hora de marcha pisando piedras sueltas y haciendo números sobre la profundidad del barranco que, siempre a nuestra izquierda, va persiguiéndonos como una maldición.


Como si esto fuera el Tour de Francia, nada más pasar la siguiente curva, procedemos a un breve avituallamiento a la altura de Recoveras, poco antes del segundo túnel.


Una vez llegamos a éste, anoto en mi libreta la existencia de una pequeña caseta de piedra, sin techo, junto a dos eucaliptos. El estudiante de arquitectura de la expedición, Angel, hace el resto. Según él, la caseta se ha convertido en una obra de mampostería, orlada de sillares finamente tallados, contorneo rehundido. Bien, continuamos.




El segundo túnel es un ratón (40 pasos de longitud) en comparación con el elefante que antes atravesamos. Uno de nosotros (creo que fue Pedro) nos comenta un completísimo trabajo de Iñaki Gil que apareció en un monográfico sobre el ferrocarril en la provincia de Salamanca, publicado por “Trenes Hoy”. Los incultos del grupo le escuchamos; parece que hemos de cruzar, por esta línea 5 inaugurada el 25 de julio de 1887 y suprimida casi cien años después, un total de veinte túneles que van de los 33 a los 1.594 metros. Cinco de ellos superan los 200 m. de longitud.


Sobre la marcha, nuestro especialista en trenes nos informa que los túneles, abovedados, están conformados por sillares de granito y que los puentes que veremos en nuestro recorrido tendrán “los perfiles metálicos entre sí por chapas de acero y roblones o remaches grandes”. La lección finaliza poco antes de llegar al túnel 3. Según mi reloj, faltan pocos minutos para las once de la mañana.


El túnel nos sorprende en su primer tramo con numerosos murciélagos que pasan junto a nosotros. En el suelo, el excremento se acumula sin que, en ningún caso, impida ni dificulte la marcha.


Al salir, el Agueda nos despierta con un suave murmullo, discurriendo por el fondo de una cañada de unos 200 metros de profundidad.


El fuerte olor a humedad en el interior de los túneles va pegándose a nuestras ropas, como una segunda piel, despertando diferentes grados de quietud en la oscuridad de cada túnel.


Y, casi sin respiro, tropezamos con el puente Morgado (las traviesas de la derecha se encuentran en buen estado).


De nuevo, túnel y puente (Pollo Rubio), el Águeda, a más de doscientos metros por debajo nuestro, hace oír acompasadamente el sonido de sus aguas, mezclándose con el plas-plas de nuestras botas contra las piedras sueltas de la vía. Los primeros olivos irrumpen en nuestro trayecto; el Sol golpea de firme mientras el grupo, silencioso, va perdiendo la cuenta de esta extraña repetición de tuneles y puentes.






Un pirómano local, en el tercer puente, ha destrozado varias traviesas. Optamos marchar por el centro de la estructura, poniendo nosotros cinco sentidos en no dejarnos arrebatar por el vértigo.


Tras alcanzar el mediodía, a la altura del túnel 10, agradecemos cualquier brisa de aire, cualquier túnel que nos refresque, mientras divisamos las primeras chumberas. Estamos a la altura del Picón del Cardo.


Un poco más adelante, junto a la camisa de un bastardo (entonces calculamos que supera el metro y medio) hallamos un pequeño puente de unos 10 m., casi impracticable. El mismo pirómano, las mismas intenciones.


El Águeda siempre a nuestra izquierda, por fin se remansa.


12,45 h. salimos del túnel 12. A la salida el puente nº4, de unos 90 m. de altura nos reserva algunas traviesas en mal estado.


A medida que avanzamos nuestra marcha, a la salida del túnel 17, encontramos las primeras playas del Agueda. Los olivos, chumberas y almendros se hacen ya de la familia como el ruido monocorde de las botas sobre las lascas sueltas. Excepto el sonido de la dilatación de las vías, a intervalos regulares, nada ya nos entretiene en este calor que huele a óxido y madera.


Finalmente, mientras las piernas de los cuatro flaquean, el Águeda va convirtiéndose en un ancho río, silencioso y sin ritmo, en medio de una extraña y perturbadora calma. Él crece al tiempo que nosotros hemos perdido toda nuestra soberbia y cruzamos, casi sin hablar, el último túnel, el veinte. A trescientos metros, separada sólo por el Puente Internacional, Portugal nos aguarda. Sin papeles y sin aduanas, finalizamos en Barca d’Alba, en mitad de una espumosa cerveza, pagada con moneda española, la parte más emocionante de este viaje: estar en tierra extraña con la misma familiaridad que en nuestra propia casa.


Desde allí, el lado portugués, dimos por concluida nuestra aventura. No habíamos realizado grandes hazañas (tampoco importaba), pero la página del día había escrito una personal vivencia al pie del abrazo entre el Águeda y el Duero: comprobar que la mejor frontera es aquella que ya no existe.


Texto y Fotos: CARLOS DOMINGO GARCÍA (CON LA AYUDA Y LAS PIERNAS DE Pedro Martín, Angel y Susana Moralejo).






DATOS DE INTERES


Ruta propuesta: Senderismo. Desde la estación de FC de La Fregeneda hasta Barca d’Alba, siguiendo el trayecto de la vía férrea.


Formas de acceso desde Salamanca:


-Autobús Empresa “Las Arribes”. Horario:13,15 y 18,15 h. (días laborables). Los sábados solamente 13,15 h.


El regreso a Salamanca podrá efectuarse el lunes, desde La Fregeneda, a las 7,00 h.


-Automóvil: Comarcal 517 Salamanca-La Fregeneda. Es recomendable contratar los servicios del taxista local para realizar el trayecto desde el Muelle de Vega Terrón hasta la Estación del FC. Apárquese el vehículo en el propio Muelle para facilitar el regreso al finalizar la ruta.


Nivel de dificultad:


Media. Se incrementa el riesgo en algunos tramos como consecuencia del mal estado de conservación de algunos puentes.


Principales atractivos de la ruta:


-Singularidad del paisaje, de gran belleza visual.


-Espectacular descenso, con profndas cañadas, desde los 544 m. de altitud en el inicio de la ruta hasta los 77,6 m. en Barca d’Alba. A esta pequeña población portuguesa se accede a pie, atravesando el Puente Internacional que cruza el río Águeda. Un total de veinte túneles y siete puentes ofrecen un desafío adicional al excursionista.


Material:


-Linternas


-Botas de caña media o alta para evitar torceduras (gran parte del recorrido se realizará sobre la propia línea del ferrocarril, en terreno pedregoso que dificulta el trayecto).


-Provisiones y agua.


Longitud:


16 kms.


Duración aproximada del trayecto:


4 ó 5 horas.