El litigio Portugal- España a cuenta de la frontera del Duero, o cómo José de Orbegozo interviene en él con una propuesta novedosa.
El comienzo de las obras del Salto del Esla, entre Ricobayo y Muelas del Pan.
Años 1916-1939.
Fuente: "La Construcción de Saltos del Duero. Ecos de un pasado, Vol.I" por Álvaro Chapa.
Medallón conmemorativo a don José de Orbegozo, figura principal y Director General de la emprendedora empresa Saltos del Duero.
José de Orbegozo
Nacido en San Sebastián, el 16 de diciembre de 1870, pertenece
Orbegozo a la que se ha llamado en España la
generación del 98, y dentro de dicha generación que buscaba combatir la
falta de fe en los destinos nacionales, a Orbegozo hay que adscribirlo a la
exigua minoría de los que creían que España podía ser grande por obra del
esfuerzo de los propios españoles.
Los afanes patrióticos
de Orbegozo, que obtuvo el título de ingeniero de caminos en 1894 e ingresó al
servicio del Estado en 1896, no tenían cabida en los estrechos ámbitos de un
puesto subalterno de la Administración Pública de aquella época, y,
completada en poco tiempo la formación técnica y administrativa que precisaba
para más altos vuelos, abandonó con autorización superior el puesto oficial en
1900, e inició su carrera de ingeniero en la esfera privada, en la que, sin
dejar de intervenir en las más variadas materias profesionales, dedica su mayor
actividad a impulsar la producción hidroeléctrica nacional.
Ya en 1900, en los albores del uso de la
electricidad en España, debuta en el campo hidroeléctrico como Director de una pequeña
empresa local de Vitoria, la Sociedad Electra-Alavesa.
El mismo año pasa a Bilbao, donde es nombrado Director-Gerente de la Electra Industrial
Española, que desarrollaba sus trabajos en la provincia de Jaén, y, después, en
la de Granada, puesto en el que cesa en 1902, cuando, habiendo vencido los
problemas que la empresa tena planteados, se acorta el campo de aplicación de
su inteligencia y laboriosidad.
Inteligentísimo como
pocos, con una preparación técnica envidiable, monta Orbegozo en Bilbao, en
1902, su despacho de ingeniero, abandonando la fácil solución personal de un
puesto de empleado en el Estado o en alguna empresa de las que le reclamaban,
porque sabe que en España hay grandes cosas por hacer y espera conseguir apoyo
en los sectores de la incipiente Industria Nacional.
Hotel Dirección del Salto del Esla. Arriba, a la izquierda la habitación que ocupaba Orbegozo en sus visitas al Salto del Esla, y desde la que podía contemplar perfectamente las obras.
A su clara inteligencia
y excelente preparación técnica, une Orbegozo condiciones personales
extraordinarias; un concepto intransigente de la honradez profesional, que le
cerrará algunas puertas y le creará enemistades; laboriosidad y tesón
incansables y un trato social encantador, reflejo de su bondad y simpatía.
No es, pues, extraño
que en plazo muy corto su despacho fuera el más acreditado de media España, y
que buscaran su asesoramiento empresas tan importantes como las firmas
Echevarrieta y Larrañaga, Constructora Naval, o La Papelera Española
, o Unión Española de Explosivos y Banco de Bilbao, por no citar más que las
principales; también entidades oficiales como la Junta de Obras del Puerto de
Bilbao, Ayuntamiento de Bilbao, Valmaseda, Guecho, Santurce, etc., que en
Orbegozo encontraban, no solamente el ingeniero que resolvía sus problemas técnicos,
sino el hombre bueno que les aconsejaba y mediaba en sus diferencias.
Pero si en su despacho
de ingeniero resolvía Orbegozo problemas de ingeniería de la máxima disparidad,
como tasaciones de instalaciones industriales de yute o del cementerio británico
de Bilbao, dictámenes sobre el abastecimiento de aguas de esta ciudad, también
sobre la electrificación de diversos ferrocarriles, proyectos nuevos de
ferrocarriles o de diques secos, dejando en todos sus trabajos la impronta de
su clarividencia.
Hay que reconocer en
Orbegozo una preocupación constante por el porvenir hidroeléctrico de España,
materia de la que empieza ocuparse en 1900.
Ya en fecha tan lejana
preveía Orbegozo la importancia que representaba para un país el disponer de
energía eléctrica en abundancia, preocupación general actual de todas las
naciones, y si intervino en proyectos hidroeléctricos de importancia, como el Carrión, el Ter y otros ríos españoles,
no es extraño que, cuando en 1914
conoció los proyectos elementales que se habían tramitado para aprovechar el tramo internacional del Duero,
entreviese, con su clarividencia probada, la posibilidad de convertir aquellos
proyectos en el sistema hidroeléctrico
de mayor envergadura que podía realizarse en España.
En 1917 se encomienda a Orbegozo la Dirección de una empresa
que constituyen algunos de los peticionarios del tramo en cuestión, e
inmediatamente concibe la genial idea, original en su concepción y en sus
resultados, de que el aprovechamiento del tramo internacional del Duero
solamente alcanzaría su posible grandeza si se creasen en sus afluentes, el Esla y Tormes, grandes embalses
reguladores.
La genialidad de la
idea, que permitía crear, con gran economía, una fuente de energía que
quintuplicaba, cuando menos, el entonces consumo nacional, mereció la enemistad
de la incipiente industria hidroeléctrica española que empezaba a desarrollarse
con pasos cautelosos.
Pero Orbegozo,
calificado de visionario en muchos ambientes industriales, utiliza su fe y el
tesón que le caracteriza para convencer a sus colaboradores financieros, que
llegan a invertir cerca de veinte millones de pesetas en estudios y adquisición
de los proyectos y concesiones que afectaban a su idea.
Una nueva prueba había
de sufrir Orbegozo con la campaña que contra su proyecto se desató en Portugal,
campaña falaz que estuvo a punto de imposibilitar la concesión del tramo internacional del Duero con sus 400 metros de desnivel.
Y en este momento, cuando la oposición de Portugal es máxima, es cuando
Orbegozo discurre la habilísima maniobra que obligaría más tarde a la nación
vecina a establecer un acuerdo con España para reglamentar el aprovechamiento
hidroeléctrico del tramo internacional del Duero.
Como Anexo del Tratado de Límites con Portugal,
y a raíz de las primeras peticiones de aprovechamiento en el indicado tramo, se
había firmado el año 1912 un
Convenio sobre utilización de tramos fronterizos de los ríos, y en este
Convenio se especificaba que tenían carácter internacional, y por tanto estaban
a él sujetos, los aprovechamientos en que la toma de agua o su devolución al
cauce, o ambas a la vez, se hicieran en el tramo fronterizo, o los que tenían
la toma en un país y la devolución en el otro.
Y Orbegozo, de manera
maestra, encuentra el medio de que el aprovechamiento del desnivel del tramo
internacional del Duero se pueda realizar con un sistema de saltos de características
puramente españolas.
Este dispositivo, que
en el expediente de concesión recibió el nombre de Solución Española, consistía en desviar el agua del Duero en España
antes del comienzo de la frontera y hacerla saltar sobre el Tormes antes de su
confluencia, volver a tomarla en el Tormes junto con la de este río y soltarla
sobre el Huebra, cerca de la frontera, con presas, canales y centrales ubicados
en territorio español.
El proyecto de esta
solución, estudiado bajo la inmediata dirección de Orbegozo, resultaba
realizable y fue presentado oficialmente, con la correspondiente petición de
concesión a mediados de 1921, iniciándose
seguidamente su tramitación.
Desvirtuada y anulada
la oposición portuguesa, los intereses hidroeléctricos nacionales, ante el
temor de una competencia, interpusieron todos los medios a su alcance para
paralizar la tramitación de los proyectos de Orbegozo, aprovechando la
inestabilidad política que precedió al Gobierno del General Primo de Rivera.
La política de Primo de
Rivera era coincidente con los afanes de Orbegozo, y la entrada en su Gobierno
como Ministro de Fomento del conde de
Guadalhorce fue el paso definitivo para la realización de los saltos del Duero.
Orbegozo, que conocía a
Guadalhorce solamente de referencia, le visita para informarle de la situación
de sus proyectos y halla tan calurosa acogida y comprensión que, al poco
tiempo, de mano de Guadalhorce y con la colaboración de Orbegozo, se dicta el Real Decreto-Ley de 23 de agosto de 1926,
por el que se ordenaban y concedían los saltos del Duero, con aprobación de la Solución Espa–ñola,
para el caso de que en los dos años siguientes no se lograse acuerdo con
Portugal.
Claramente apreció el
país vecino la necesidad de llegar a acuerdo con España, si quería participar
en el beneficio de la regulación del tramo internacional del Duero y, antes del
año del otorgamiento de la concesión española, se firma, en Lisboa, el Convenio de 11 de agosto de 1927, por el que se repartía el tramo
internacional en dos mitades, de las que la de aguas abajo, que se había de
beneficiar con la regulación del Tormes, quedaba para España.
Imponía además, el
Convenio, que el Concesionario español construyese primeramente el pantano de Ricobayo, coincidiendo con
el propósito de Orbegozo de iniciar los aprovechamientos por las obras de
regulación.
Al parecer, el Convenio
beneficiaba extraordinariamente a Portugal, con perjuicio para España, pero las
facilidades que otorgaba de construir presas y desagües en el tramo
internacional compensaban, por mejor rendimiento de la solución y mayor economía,
gran parte del desnivel que quedaba para Portugal
Orbegozo, por fin,
encuentra libre el camino administrativo que precisaba, pero la satisfacción de
este logro se vió enturbiada por las dificultades que encontraba para conseguir la financiación de sus proyectos.
La idea de que España
estaba superabundantemente dotada de energía eléctrica toma cuerpo,
principalmente en Bilbao, y se infiltra en algunos de los elementos financieros
que apoyaban a Orbegozo, que se hacen eco de aquella idea y consideran una
locura el invertir capitales en la construcción de grandes presas y
aprovechamientos hidroeléctricos.
Este desánimo da ocasión
a que Orbegozo demuestre, una vez más, sus excepcionales condiciones: se da
cuenta de que una colaboración de la gran industria norteamericana desvanecerá
las dudas de los pocos convencidos y servirá de acicate a quienes conservan la
fe. Con su tesón característico y con la realidad de sus argumentos, obtiene el
apoyo financiero, dentro de las normas legales, de la General Electric Co. y de la
Banca Morgan, y presenta, en 1928,
a su Sociedad y al Banco de Bilbao, un plan de
financiación de ciento veinte millones de pesetas, que es aceptado, y un
programa de iniciación de las obras para la primavera de 1929.
A fines de verano de
este último año, las obras iniciadas del salto
de Ricobayo son visitadas por el General Primo de Rivera, y un año después
por Su Majestad don Alfonso XIII, visitas ambas que sirvieron de gran aliento y
satisfacción para Orbegozo.
Las obras del salto de Ricobayo se desarrollaban a
plena satisfacción, hasta que las consecuencias de la proclamación de la República se reflejaron
con sus normas de indisciplina en la masa trabajadora en ellas ocupada,
causando el natural desasosiego y preocupación en Orbegozo.
Español cien por cien,
con fe ilimitada en el resurgir de España, Orbegozo frecuentaba en Bilbao una
tertulia, encabezada por don Pedro
Eguillor, a la que asistían a su paso por la villa, personajes como Ramiro de Maeztu, Lequerica, Mazas, etc.,
que mantenían la fe en España frente a las ideas nacionalistas que pretendían
dominar Vizcaya.
Muchas veces sirvió esa
tertulia a Orbegozo de descanso en su fatiga y de incentivo en su lucha por la realización de sus ideas.
Ver Anexo “La tertulia de Pedro Eguillor”
Salvando toda clase de
dificultades, principalmente sociales y aprovechando, así por qué no decirlo,
las luchas intestinas de las distintas facciones del movimiento social, en la primavera de 1934 se puso en servicio
el salto de Ricobayo, a los cinco años de la iniciación de sus obras.
Pero una nueva
contrariedad había de sufrir Orbegozo en sus afanes, y ésta fue, sin duda, la
causa de su última enfermedad.
Para construir el salto de Ricobayo se había rodeado de
gente bisoña a la que paternalmente dirigía y en la que supo sembrar un espíritu
de equipo, que aún perdura, y lazos de amistad imperecedera. Cuantos estaban a
las órdenes inmediatas de Orbegozo descansaban en él y a todos atendía con
entrañable afecto. Por esto, al producirse el grave accidente del aliviadero de Ricobayo, tomó sobre sí toda la
responsabilidad que el accidente representaba, y se dispuso, confiando
excesivamente en sus fuerzas ya muy gastadas, a dirigir personalmente los
importantes trabajos de reparación y consolidación que se hacían precisos.
Cuando tenía en sus
manos la victoria, Orbegozo no pudo resistir esta lucha contra la Naturaleza que se le
presentaba adversa. Debilitada ya grandemente su salud, se traslada en 1935, por prescripción facultativa, a
un sanatorio suizo, donde encontraría el definitivo descanso el 1 de enero de 1939, después de padecer
durante más de tres años la obsesión de la duda de si se había equivocado en
sus proyectos, y sin alcanzar la humana satisfacción de que se estimase, en su
verdadero valor, el éxito de sus concepciones.
Mientras Orbegozo sufría,
alejado de su Patria y de los suyos, su obra jugaba un papel eficaz en la
consecución de la victoria, al abastecer de energía a Castilla y León en los
primeros meses de nuestra guerra y, desde mediados de junio de 1937, a la potente industria del norte de España.
Hasta bastante después
de terminada la contienda, no fueron reparados los destrozos que la guerra había
causado en las instalaciones del Cinca,
que alimentaban a Bilbao y su comarca.
El salto de Ricobayo, con su embalse, viene constituyendo la principal
reserva de energía del norte y centro de España, y es la base del sistema
integrado hoy por dicho salto, más los de Villalcampo,
Castro y Saucelle, éste último en el tramo internacional del Duero y del
gran salto de Aldeadávila de la Ribera, cuyas obras se desarrollan en el
mismo tramo.
Hotel Dirección del Salto de Villalcampo-Zamora, de los años 40, y el primero 8segundo después de la Central de San Román) que se construyó en el río Duero.
Siguiendo las normas y
orientaciones de Orbegozo, mejoradas por el progreso actual de la técnica, el
sistema que creó representaría, antes de diez años, una posibilidad de producción
de energía anual de cerca de ocho mil millones de kilovatios-hora (8000 Gw.h),
y si a esto se agrega que Portugal obtendría del tramo internacional que le
reservó el Convenio, unos dos mil quinientos millones de kilovatios-hora (2500 Gwh)
al año, quiere decirse que la concepción del visionario Orbegozo representa más
de diez mil millones de kilovatios-hora de producción (10 000 Gw.h) anual de
energía eléctrica; con la circunstancia excepcional de que en Europa esta masa
de energía provendría solamente de noventa o cien kilómetros de radio. Y lo que
es más maravilloso, todo esto concebido en 1915.
Orbegozo es, por tanto,
una de las figuras señeras de la ingeniería española, dedicada a la creación de
las fuentes de riqueza necesarias para el progreso industrial de nuestra nación,
y justo es reconocerlo así ahora que la realización de sus proyectos ha
confirmado su clarividencia y su fe en los destinos de España.
¿No es momento de
rendir un homenaje nacional a don José de Orbegozo?
Cabecero románico de la Iglesia de Muelas del Pan-Zamora (s. X y XI). Los pioneros del Duero se encontraron además de las cholas, muchas viviendas humildes y una economía muy pobre de subsistencia. Los autores Álvaro Chapa y López-Pacheco describen muy bien este ambiente rural y el choque cultural con el mundo pre-industrial de los años 20 del siglo XX.